jueves, 10 de junio de 2021

 RESEÑAS Y COMENTARIOS

DETRÁS DE ODISEO 

Cecilia Ansaldo Brones

No tuve ocasión de felicitar a Juan Valdano Morejón cuando obtuvo el Premio Eugenio Espejo el año pasado. En cambio, generosamente, es él quien me premia con sus libros. Ahora me permite leer y profundizar en un precioso texto bajo la identidad de “prosas libres”, titulado Tras las huellas de Odiseo. He perdido la cuenta de la cantidad de obras que se engranan en su recorrido de proficuo escritor. Aplicando la memoria, solo no conozco poesía que provenga de su mano. Tal vez es solo ignorancia mía.

En Tras las huellas de Odiseo hay todo lo que lo representa: un caudaloso acervo clásico sobre el que se levanta un talante reflexivo para el cual muchas de sus referencias de lecturas afloran con naturalidad; una fluida capacidad de contar historias, tan poderosa, que en esta ocasión brota de un yo testimonial que mira la realidad y se inserta en ella; un estilo de firmezas elocuentes y dúctiles. Como bien lo sostiene el estudioso Carlos Pérez Agusti en el prólogo, la naturaleza híbrida del libro parecería la opción de la síntesis de los muchos caminos literarios que Valdano ha cultivado durante toda su vida. En las ficciones destiló los sabores de la libertad creativa tanto en cuentos como en novelas; en los ensayos consiguió la hondura de quien analiza los grandes temas de la historia, la política y la filosofía.

El título se sostiene en dos pilares: la lectura de La Odisea de Homero, repetida en numerosas ocasiones, y el emprendimiento de un viaje real y explorador por los parajes que pueden remitirnos todavía al desplazamiento del mítico personaje. Valdano navega por el Mediterráneo y va escuchando las voces de un pasado que nos forjó dentro de la matriz de Occidente, mira paisajes y ruinas y es capaz de reconstruir las lecciones de Sócrates a sus discípulos.

Los poemas homéricos vuelven a aflorar revisitados en este libro. Con fragmentos de La Ilíada y La Odisea se siguen asuntos que vuelven a brillar en la memoria lectora bajo la prevención de que el sistema de valores que exhiben proviene de una sociedad aristocrática y arcaica periclitada ya en tiempos de Homero (más todavía, hoy identificamos rasgos con los cuales no podemos concordar: el honor no se salva matando, Tersites, soldado raso, que replica a Odiseo en las playas de Troya sobre la injusta distribución del botín, tiene razón; Telémaco, silenciando a su madre Penélope es machista). Valdano reescribe aspectos: Odiseo atrapado por Circe, Odiseo desafiando a las sirenas, Odiseo saturado del amor de la ninfa Calipso y anhelante de su “verde y humilde Ítaca”, como diría Borges, Odiseo captado por la voz de Agamenón que en el Hades le aconseja desconfiar de su esposa. El aporte del autor radica en actualizar situaciones humanas bajo la carga de la herencia épica.

La palabra viva de Valdano se tiñe de particular sabiduría para interpretar los vericuetos del amor desde fuente griega —Safo, por supuesto— hilándola con la reflexión contemporánea de la poeta canadiense Anne Carson, porque quien ama adolece de un “un hondo sentimiento de falta”, idea de reminiscencia platónica y para la que encuentra en Octavio Paz apoyos y coincidencias.

Lúcido trabajo este que nos recuerda la vieja idea de que todos los libros se conectan entre sí de manera inagotable para formar parte de una biblioteca infinita. (O)

Publicado en Diario El Universo. 20 de mayo 2021

NOTICIAS

 

PREMIO NACIONAL EUGENIO ESPEJO 2020 CONFERIDO AL ESCRITOR JUAN VALDANO 

                         POR EL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE ECUADOR






TEXTOS DE JUAN VALDANO

 El príncipe de la noche

Juan Valdano

Cuando en 1513 Nicolás Maquiavelo publicó “El príncipe” expuso una concepción descarnada del ejercicio de la política. Maquiavelo, perspicaz observador de la vida italiana de su tiempo, no hizo otra cosa que sacar las conclusiones que se derivaban de la praxis de la política tal como la ejercían príncipes ambiciosos como César Borgia. Para Maquiavelo, el modelo del gobernante era César Borgia quien con el apoyo de su padre, el papa Alejandro VI, aspiraba a ser rey de toda Italia.

Borgia: personalidad misteriosa y temperamento melancólico; cortés cuando convenía, cruel si se enfadaba. Hombre de inteligencia clara, designio siniestro y voluntad pronta. Nadie sabía a ciencia cierta qué pensaba ni cómo iba a actuar. Parlamentar con él solo era posible en la alta noche, cuando sumido en la penumbra de su despacho y en medio del tenebroso titilar de las velas recibía a Maquiavelo, canciller de la República florentina. El día que Maquiavelo lo conoció, supo que tenía delante el modelo de hombre de Estado que Italia requería en ese momento: el príncipe que encarnaba la “voluntad de potencia”; aquel amoral capaz de alcanzar el poder total.

Con el nombre de maquiavelismo se conoce esa forma de gobernar en la que todo se justifica con tal de obtener el fin deseado, aquel ejercicio del poder en el que la moral y la ética son preteridas. En esta visión cruda y realista de la política, esta es concebida como una práctica encaminada a alcanzar y conservar el poder sin otro fin que el poder mismo, para lo cual el gobernante pone en juego sus mejores dotes, pero también sus pasiones negativas que surgen de ese lado oscuro del ser humano y que lo llevan a utilizar el engaño, la astucia y la fuerza relegando los valores éticos que son, precisamente, los que justifican toda forma de autoridad y gobierno.

Cuando Aristóteles definió el arte de gobernar como una actividad sin otro fin que hacer posible el mayor bien común, puso el fundamento de la filosofía política de Occidente. Ello era factible en la polis griega donde la ciudad y el individuo conformaban una unidad. En 1690, Locke puso el cimiento del poder en el consenso que proviene de la comunidad. En el siglo XVIII se produjo la gran escisión entre sociedad civil y sociedad política; entre el momento del consenso y el momento del dominio. La orientación de la política cambió radicalmente. El maquiavelismo había triunfado como un signo más de la modernidad.

Cuando en una sociedad empiezan a ser aceptados los modelos de conducta que Maquiavelo presenta como idóneos es porque esa comunidad ha llegado a un grado tal de corrupción que el respeto a los valores éticos y la práctica de las virtudes han caído en lamentable olvido. Entonces, el abuso del poderoso se convierte en “virtud” del audaz. El embuste es aplaudido, el fraude celebrado y la justicia es una farsa.

 Publicado en Diario El Comercio el 2 de junio 2021



La novela de aprendizaje

Juan Valdano

Una de las formas que adoptó la novela moderna a partir del Romanticismo fue la “novela de aprendizaje” (Bildungsroman), nombre con el que críticos alemanes del siglo XIX distinguieron un subgénero narrativo, muy en boga entonces, en el que se narra la vida de un personaje desde su infancia hasta la madurez. En la novela de aprendizaje asistimos a un proceso psicológico de formación del protagonista quien afronta un cúmulo de vicisitudes y experiencias que marcan su carácter y su destino. El motivo literario del viaje es recurrente en este tipo de novelas ya que sus personajes, por diversos motivos, se alejan del entorno familiar y sus afectos y enfrentan un mundo extraño y hostil.

La aventura tiene aquí un objetivo: alcanzar la madurez, algo que el protagonista lo consigue gradualmente y con dificultad. El conflicto se centra en la contradicción latente entre el personaje y la sociedad. El protagonista llega, al fin, a superar las discordancias y a adaptarse a los valores imperantes, con lo que sus decepciones llegan a término.

La novela picaresca del Renacimiento y, en concreto “El Lazarillo de Tormes”, es un antecedente de este subgénero; sin embargo, fue J.W. Goethe con una obra primeriza, “Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister" (1796), quien marcó el derrotero de este tipo de relatos. En el siglo XIX, época de revoluciones y reacomodos, la sociedad europea se desgarraba en una lucha ideológica en la que estaba en juego la continuidad del “ancien régime” y el triunfo del Estado liberal. En ese momento, la novela de formación y su vocación testimonial tuvo un rol fundamental al presentar la problemática existencial del nuevo protagonista: el petulante burgués que aspira a sustituir en el poder y en el prestigio a una nobleza cada vez más decadente.

La novela de aprendizaje proporcionó nuevos temas y argumentos a la novelística romántica y realista representada entonces por Dickens, Balzac, Stendhal y Flaubert (“La educación sentimental”). Una tendencia que continuó a lo largo del siglo XX. Sin ser estrictamente Bildungsroman, varias novelas de Proust, Thomas Man, Herman Hesse, J.D. Salinger (“El guardián entre el centeno”) y Vargas Llosa (“La ciudad y los perros”) comparten los mismos rasgos temáticos y formales. En la literatura ecuatoriana hay dos obras que bien podrían estimarse como novelas de aprendizaje: “A la Costa” de Luis A. Martínez y “Pacho Villamar” de Roberto Andrade.

La migración de pueblos enteros es un hecho que caracteriza a este tiempo de grandes conmociones bélicas y políticas, de ahí que el tema migratorio haya pasado a ser uno de los motivos recurrentes en la novelística de hoy. La novela de la migración es una nueva expresión de la novela de aprendizaje. La historia de aquellos que dejan su país para vivir en otro, muy diferente al suyo, pasa a ser, en la novela de migrantes, un testimonio del desarraigo que hoy viven comunidades enteras. Tal es el caso de la novela ecuatoriana “La memoria y los adioses”, obra de quien esto escribe y que, en breve, volverá a las librerías.

Publicado en Diario El Comercio -Quito. 9 de junio 2021

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